Tengo en el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce
años, y en consecuencia de profundas lecturas de Julio Verne, dieron
en la rica empresa de abandonar su casa para ir a vivir al monte. Este
queda a dos leguas de la ciudad. Allí vivirían primitivamente de la
caza y la pesca. Cierto es que los dos muchachos no se habían acordado
particularmente de llevar escopetas ni anzuelos; pero de todos modos
el bosque estaba allí, con su libertad como fuente de dicha, y sus
peligros como encanto.
Desgraciadamente, al segundo día fueron hallados por quienes les
buscaban. Estaban bastante atónitos todavía, no poco débiles, y con
gran asombro de sus hermanos menores--iniciados también en Julio
Verne--sabían aún andar en dos pies y recordaban el habla.
Acaso, sin embargo, la aventura de los dos robinsones fuera más
formal, a haber tenido como teatro otro bosque menos dominguero. Las
escapatorias llevan aquí en Misiones a límites imprevistos, y a tal
extremo arrastró a Gabriel Benincasa el orgullo de sus strom-boot.
Benincasa, habiendo concluído sus estudios de contaduría pública,
sintió fulminante deseo de conocer la vida de la selva. No que su
temperamento fuera ese, pues antes bien era un muchacho pacífico,
gordinflón y de cara uniformemente rosada, en razón de gran bienestar.
En consecuencia, lo suficientemente cuerdo para preferir un té con
leche y pastelitos a quién sabe qué fortuita e infernal comida del
bosque. Pero así como el soltero que fué siempre juicioso, cree de su
deber, la víspera de sus bodas, despedirse de la vida libre con una
noche de orgía en compañía de sus amigos, de igual modo Benincasa
quiso honrar su vida aceitada con dos o tres choques de vida intensa.
Y por este motivo remontaba el Paraná hasta un obraje, con sus famosos
strom-boot.
Apenas salido de Corrientes, había calzado sus botas fuertes, pues los
yacarés de la orilla calentaban ya el paisaje. Mas a pesar de ello el
contador público cuidaba mucho de su calzado, evitándole arañazos y
sucios contactos.
De este modo llegó al obraje de su padrino, y a la hora tuvo éste que
contener el desenfado de su ahijado.
--¿A dónde vas ahora?--le había preguntado sorprendido.
--Al monte; quiero recorrerlo un poco--repuso Benincasa, que acababa
de colgarse el winchester al hombro.
--¡Pero infeliz! no vas a poder dar un paso. Sigue la picada, si
quieres... O mejor, deja esa arma y mañana te haré acompañar por
un peón.
Benincasa renunció. No obstante, fué hasta la vera del bosque y se
detuvo. Intentó vagamente un paso adentro, y quedó quieto. Metióse las
manos en los bolsillos, y miró detenidamente aquella inextricable
maraña, silbando débilmente aires truncos. Después de observar de
nuevo el bosque a uno y otro lado, retornó bastante desilusionado.
Al día siguiente, sin embargo, recorrió la picada central por espacio
de una legua, y aunque su fusil volvió profundamente dormido,
Benincasa no deploró el paseo. Las fieras llegarían poco a poco.
Llegaron éstas a la segunda noche--aunque de un carácter singular.
Dormía profundamente, cuando fué despertado por su padrino.
--¡Eh, dormilón! levántate que te van a comer vivo.
Benincasa se sentó bruscamente en la cama, alucinado por la luz de los
tres faroles de viento que se movían de un lado a otro en la pieza. Su
padrino y dos peones regaban el piso.
--¿Qué hay, qué hay?--preguntó, echándose al suelo.
--Nada... cuidado con los pies; la corrección.
Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a que
llamamos _corrección_. Son pequeñas, negras, brillantes, y marchan
velozmente en ríos más o menos anchos. Son esencialmente carnívoras.
Avanzan devorando todo lo que encuentran a su paso: arañas, grillos,
alacranes, sapos, víboras, y a cuanto ser no puede resistirles. No hay
animal, por grande y fuerte que sea, que no huya de ellas. Su entrada
en una casa supone la exterminación absoluta de todo ser viviente,
pues no hay rincón ni agujero profundo donde no se precipite el río
devorador. Los perros aullan, los bueyes mugen, y es forzoso
abandonarles la casa, a trueque de ser roído en diez horas hasta el
esqueleto. Permanecen en el lugar uno, dos, hasta cinco días, según su
riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van.
No resisten sin embargo a la creolina o droga similar, y como en el
obraje abundaba aquella, antes de una hora quedó libre de la
corrección.
Benincasa se observaba muy de cerca en los pies la placa lívida de la
mordedura.
--Pican muy fuerte, realmente--dijo sorprendido, levantando la cabeza
a su padrino.
Este, para quien la observación no tenía ya ningún valor, no
respondió, felicitándose en cambio de haber contenido a tiempo la
invasión. Benincasa reanudó el sueño, aunque sobresaltado toda la
noche por pesadillas tropicales.
Al día siguiente se fué al monte, esta vez con un machete, pues había
concluído por comprender que tal expediente le sería en el monte mucho
más útil que el fusil. Cierto es que su pulso no era maravilloso y su
acierto, mucho menos. Pero de todos modos lograba trozar las ramas,
azotarse la cara y cortarse las botas, todo en uno.
El monte crepuscular y silencioso lo cansó pronto. Dábale la
impresión--exacta por lo demás--de un escenario visto de día. De la
bullente vida tropical, no hay más que el teatro helado; ni un animal,
ni un pájaro, ni un ruido casi. Benincasa volvía, cuando un sordo
zumbido le llamó la atención. A diez metros de él, en un tronco hueco,
diminutas abejas aureolaban la entrada del agujero. Se acercó con
cautela, y vió en el fondo de la abertura diez o doce bolas oscuras,
del tamaño de un huevo.
--Esto es miel--se dijo el contador público con íntima gula.--Deben de
ser bolitas de cera, llenas de miel...
Pero entre él, Benincasa, y las bolsitas, estaban las abejas. Después
de un momento de desencanto, pensó en el fuego: levantaría una buena
humareda. La suerte quiso que mientras el ladrón acercaba
cautelosamente la hojarasca húmeda, cuatro o cinco abejas se posaran
en su mano, sin picarlo. Benincasa cogió una en seguida, y
oprimiéndole el abdomen constató que no tenía aguijón. Su saliva, ya
liviana, se clarificó en milífica abundancia. ¡Maravillosos y buenos
animalitos!
En un instante el contador desprendió las bolsitas de cera, y
alejándose un buen trecho para escapar al pegajoso contacto de las
abejas, se sentó en un raigón. De las doce bolas, siete contenían
polen. Pero las restantes estaban llenas de miel, una miel oscura, de
sombría transparencia, que Benincasa paladeó golosamente. Sabía
distintamente a algo. ¿A qué? El contador no pudo precisarlo. Acaso a
resina de frutales o de eucalipto. Y por igual motivo, tenía la densa
miel un vago dejo áspero. ¡Mas qué perfume, en cambio!
Benincasa, una vez bien seguro de que sólo cinco bolsitas le serían
útiles, comenzó. Su idea era sencilla: tener suspendido el panal
goteante sobre su boca. Pero como la miel era espesa, tuvo que
agrandar el agujero, después de haber permanecido medio minuto con la
boca inútilmente abierta. Entonces la miel asomó, adelgazándose en
pesado hilo hasta la lengua del contador.
Uno tras otro, los cinco panales se vaciaron así dentro de la boca de
Benincasa. Fué inútil que prolongara la suspensión y mucho más que
repasara los globos exhaustos; tuvo que resignarse.
Entretanto, la sostenida posición de la cabeza en alto lo había
mareado un poco. Pesado de miel, quieto y los ojos bien abiertos,
Benincasa consideró de nuevo el monte crepuscular. Los árboles y el
suelo tomaban posturas por demás oblicuas, y su cabeza acompañaba el
vaivén del paisaje.
--Qué curioso mareo...--pensó el contador--y lo peor es...
Al levantarse e intentar dar un paso, se había visto obligado a caer
de nuevo sobre el tronco. ¡Sentía su cuerpo de plomo, sobre todo las
piernas, como si estuvieran inmensamente hinchadas. Y los pies y las
manos le hormigueaban.
--¡Es muy raro, muy raro, muy raro!--se repitió estúpidamente
Benincasa, sin escrudiñar sin embargo el motivo de esa rareza.--Como
si tuviera hormigas... la corrección--concluyó.
Y de pronto la respiración se le cortó en seco, de espanto.
--¡Debe de ser la miel!... ¡Es venenosa!... ¡Estoy envenenado!
Y a un segundo esfuerzo para incorporarse, se le erizó el cabello de
terror; no había podido ni aún moverse. Ahora la sensación de plomo y
el hormigueo subían hasta la cintura. Durante un rato el horror de
morir allí, miserablemente solo, lejos de su madre y sus amigos, le
cohibió todo medio de defensa.
--¡Voy a morir ahora!... ¡De aquí a un rato voy a morir!... ¡Ya no
puedo mover la mano!...
En su pánico constató sin embargo que no tenía fiebre ni ardor de
garganta, y el corazón y pulmones conservaban su ritmo normal. Su
angustia cambió de forma.
--¡Estoy paralítico, es la parálisis! ¡Y no me van a encontrar!...
Pero una invencible somnolencia comenzaba a apoderarse de él,
dejándole íntegras sus facultades, a la par que el mareo se aceleraba.
Creyó así notar que el suelo oscilante se volvía negro y se agitaba
vertiginosamente. Otra vez subió a su memoria el recuerdo de la
corrección, y en su pensamiento se fijó como una suprema angustia, la
posibilidad de que eso negro que invadía el suelo...
Tuvo aún fuerzas para arrancarse a ese último espanto, y de pronto
lanzó un grito, un verdadero alarido en que la voz del hombre recobra
la tonalidad del niño aterrado: por sus piernas trepaba un precipitado
río de hormigas negras. Alrededor de él la corrección devoradora
oscurecía el suelo, y el contador sintió por bajo el calzoncillo, el
río de hormigas carnívoras que subían.
* * * * *
Su padrino halló por fin dos días después, sin la menor partícula de
carne, el esqueleto cubierto de ropa de Benincasa. La corrección que
merodeaba aún por allí, y las bolsitas de cera, lo iluminaron
suficientemente.
No es común que la miel silvestre tenga esas propiedades narcóticas o
paralizantes, pero se la halla. Las flores con igual carácter abundan
en el trópico, y ya el sabor de la miel denuncia en la mayoría de los
casos su condición--tal el dejo a resina de eucalipto que creyó sentir
Benincasa.
HORACIO QUIROGA
EL LOBISÓN
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domingo, 2 de febrero de 2020
lunes, 12 de octubre de 2015
CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA de Gabriel García Márquez
http://biblio3.url.edu.gt/Libros/cromuerte.pdf

Gabriel García Márquez

García Márquez (centro) con parte de sus hermanos (Aracataca, 1935)

Álvaro Cepeda Samudio y García Márquez

En la redacción de Prensa Latina (Bogotá, 1959)

Con Mercedes Barcha y sus hijos

Gabo en los tiempos de Cien años (Barcelona, 1969)

En la entrega del Nobel (1982)

Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez
- Biografía
En la última década del siglo XIX, Rubén Darío dio a Hispanoamérica la independencia literaria al inaugurar la primera corriente poética autóctona, el Modernismo. Mediado el siglo XX, correspondió al colombiano Gabriel García Márquez situar la narrativa hispanoamericana en la primera línea de la literatura mundial con la publicación de Cien años de soledad (1967). Obra cumbre del llamado realismo mágico, la mítica fundación de Macondo por los Buendía y el devenir de la aldea y de la estirpe de los fundadores hasta su extinción constituye el núcleo de un relato maravillosamente mágico y poético, tanto por su desbordada fantasía como por el subyugante estilo de su autor, dotado como pocos de un prodigioso "don de contar".

Gabriel García Márquez
El mundo de Macondo, parábola y reflejo de la tortuosa historia de la América hispana, había sido esbozado previamente en una serie de novelas y colecciones de cuentos; después de Cien años de soledad, nuevas obras maestras jalonaron su trayectoria, reconocida con la concesión del Nobel de Literatura en 1982: basta recordar títulos como El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981) o El amor en los tiempos del cólera (1985). Como máximo representante del Boom de la literatura hispanoamericana de los años 60, García Márquez contribuyó decisivamente a la merecida proyección que finalmente alcanzó la narrativa del continente: el fenómeno editorial del Boom supuso, en efecto, el descubrimiento internacional de numerosos novelistas de altísimo nivel apenas conocidos fuera de sus respectivos países.
La infancia mítica
Gabriel García Márquez nació en Aracataca (Magdalena) el 6 de marzo de 1927. Creció como niño único entre sus abuelos maternos y sus tías, pues sus padres, el telegrafista Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir, cuando el pequeño Gabriel contaba sólo cinco años, a la población de Sucre, en la que don Gabriel Eligio abrió una farmacia y Luisa Santiaga daría a luz a la mayoría de los once hijos del matrimonio.
Los abuelos de García Márquez eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo literario del futuro Nobel: el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra de los Mil Días (1899-1902), le contaba a Gabriel infinidad de historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo y al cine, y fue su cordón umbilical con la historia y con la realidad. Doña Tranquilina Iguarán, su cegatona abuela, pasaba los días contando fábulas y leyendas familiares, mientras organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo con los mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica, supersticiosa y sobrenatural de la realidad. Entre sus tías, la que más lo marcó fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su vida.
Gabriel García Márquez aprendió a escribir a los cinco años, en el colegio Montessori de Aracataca, con la joven y bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se enamoró: fue la primera mujer que lo perturbó. Cada vez que se le acercaba le daban ganas de besarla, y sólo por el hecho de verla iba con gusto a la escuela. Rosa Elena le inculcó la puntualidad y el hábito de escribir directamente en las cuartillas, sin borrador.

García Márquez (centro) con parte de sus hermanos (Aracataca, 1935)
En ese colegio permaneció hasta 1936, cuando murió el abuelo y tuvo que irse a vivir con sus padres al sabanero y fluvial puerto de Sucre. De allí pasó interno al Colegio San José de Barranquilla, donde a la edad de diez años ya escribía versos humorísticos. En 1940, gracias a una beca, ingresó en el internado del Liceo Nacional de Zipaquirá, una experiencia realmente traumática: el frío del internado de la Ciudad de la Sal lo ponía melancólico y triste. Embutido siempre en un enorme saco de lana, nunca sacaba las manos por fuera de sus mangas, pues le tenía pánico al frío.
Durante los seis cursos que pasó en el Liceo de Zipaquirá, hubo de recorrer al menos dos veces al año, en barco de vapor, el río Magdalena, principal arteria fluvial del país; esta experiencia, acaso la última remarcable, y sobre todo aquella asombrada primera infancia en Aracataca hasta los nueve años, con el incontenible aluvión de historias y leyendas oídas de sus abuelos y sus tías, configuran el substrato mítico del que García Márquez partiría para la composición de Cien años de soledad y la mayor parte de su obras.
En Zipaquirá tuvo como profesor de literatura, entre 1944 y 1946, a Carlos Julio Calderón Hermida, a quien en 1955, cuando publicó La hojarasca, le obsequió con la siguiente dedicatoria: "A mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo escribiera". Ocho meses antes de la entrega del Nobel, en la columna que publicaba en quince periódicos de todo el mundo, García Márquez declaró que Calderón Hermida era "el profesor ideal de Literatura".
En los años de estudiante en Zipaquirá, Gabriel García Márquez se dedicaba a pintar gatos, burros y rosas, y a hacer caricaturas del rector y demás compañeros de curso. En 1945 escribió unos sonetos y poemas octosílabos inspirados en una novia que tenía: son uno de los pocos intentos del escritor por versificar. En 1946 terminó sus estudios secundarios con magníficas calificaciones.
Estudiante de leyes
En 1947, presionado por sus padres, se trasladó a Bogotá para estudiar derecho en la Universidad Nacional, donde tuvo como profesor a Alfonso López Michelsen y se hizo amigo de Camilo Torres Restrepo. La capital del país fue para García Márquez la ciudad del mundo (y las conoció casi todas) que más lo impresionó, pues era una ciudad gris, fría, donde todo el mundo se vestía con ropa muy abrigada y negra. Al igual que en Zipaquirá, García Márquez se llegó a sentir como un extraño, en un país distinto al suyo: Bogotá era entonces "una ciudad colonial, (...) de gentes introvertidas y silenciosas, todo lo contrario al Caribe, en donde la gente sentía la presencia de otros seres fenomenales aunque éstos no estuvieran allí".
Los estudios de leyes no eran propiamente su pasión, pero logró consolidar su vocación de escritor. El 13 de septiembre de 1947 publicó su primer cuento, La tercera resignación, en el número 80 del suplemento Fin de Semana del rotativo El Espectador, dirigido por Eduardo Zalamea Borda. Zalamea, que firmaba sus columnas con el pseudónimo de Ulises, escribió en la presentación del relato que García Márquez era el nuevo genio de la literatura colombiana; las ilustraciones del texto estuvieron a cargo de Hernán Merino. A las pocas semanas apareció un segundo cuento: Eva está dentro de un gato.
El 9 de abril de 1948 fue asesinado el líder de la oposición, Jorge Eliecer Gaitán; los violentos desórdenes que ese mismo día asolaron la capital (en una jornada de revuelta conocida como el "Bogotazo") fueron la causa de que la Universidad Nacional cerrara indefinidamente sus puertas. García Márquez perdió muchos libros y manuscritos en el incendio de la pensión donde vivía y se vio obligado a pedir traslado a la Universidad de Cartagena, donde siguió siendo un alumno irregular. Nunca se graduó, pero inició una de sus principales actividades periodísticas: la de columnista. Manuel Zapata Olivella le consiguió una columna diaria en el recién fundado periódico El Universal.
El Grupo de Barranquilla
A principios de los años cuarenta comenzó a gestarse en Barranquilla una especie de asociación de amigos de la literatura que se llamó el Grupo de Barranquilla; su cabeza rectora era don Ramón Vinyes. El "sabio catalán", dueño de una librería en la que se vendía lo mejor de la literatura española, italiana, francesa e inglesa, orientaba al grupo en las lecturas, analizaba autores, desmontaba obras y las volvía a armar, lo que permitía descubrir los trucos de que se servían los novelistas. La otra cabeza era José Félix Fuenmayor, que proponía los temas y enseñaba a los jóvenes escritores en ciernes (Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, entre otros) la manera de no caer en lo folclórico.
Gabriel García Márquez se vinculó a ese grupo. Al principio viajaba desde Cartagena a Barranquilla cada vez que podía. Luego, gracias a una neumonía que le obligó a recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en El Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el encabezado de "La jirafa" y firmada por "Septimus".
En el periódico barranquillero trabajaban también Cepeda Samudio, Vargas y Fuenmayor. García Márquez escribía, leía y discutía todos los días con los tres redactores; el inseparable cuarteto se reunía a diario en la librería del "sabio catalán" o se iba a los cafés a beber cerveza y ron hasta altas horas de la madrugada. Polemizaban a grito herido sobre literatura, o sobre sus propios trabajos, que los cuatro leían. Hacían la disección de las obras de Defoe, Dos Passos, Camus, Virginia Woolf y William Faulkner, escritor este último de gran influencia en la literatura de ficción de América Latina y muy especialmente en la de García Márquez; en el famoso discurso "La soledad de América Latina", que pronunció con motivo de la entrega del premio Nobel en 1982, el colombiano señaló que William Faulkner había sido su maestro. Sin embargo, García Márquez nunca fue un crítico, ni un teórico literario, actividades que, además, no fueron de su predilección: siempre prefirió contar historias.

Álvaro Cepeda Samudio y García Márquez
En la época del Grupo de Barranquilla, García Márquez leyó a los grandes escritores rusos, ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de periodista, pero también, en compañía de sus tres inseparables amigos, analizó con cuidado el nuevo periodismo norteamericano. La vida de esos años fue de completo desenfreno y locura. Fueron los tiempos de La Cueva, un bar que pertenecía al dentista Eduardo Vila Fuenmayor y que se convirtió en el sitio mitológico en el que se reunían los miembros del Grupo de Barranquilla a hacer locuras: todo era posible allí, hasta las trompadas entre ellos mismos.
También fue la época en que vivía en pensiones de mala muerte, como El Rascacielos, un edificio de cuatro pisos ubicado en la calle del Crimen que alojaba también un prostíbulo. Muchas veces no tenía el peso con cincuenta para pasar la noche; entonces le daba al encargado sus mamotretos (los borradores de La hojarasca) y le decía: "Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mía. Por la mañana te traigo plata y me los devuelves".
Los miembros del Grupo de Barranquilla fundaron un periódico de vida muy fugaz, Crónica, que según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus inquietudes intelectuales. El director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel García Márquez, el ilustrador Alejandro Obregón, y sus colaboradores fueron, entre otros, Julio Mario Santo Domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández y Gonzalo González.
Periodismo y literatura
A principios de 1950, cuando ya tenía muy adelantada su primera novela, titulada entonces La casa, acompañó a doña Luisa Santiaga al pequeño, caliente y polvoriento Aracataca, con el fin de vender la vieja casa en donde se había criado. Comprendió entonces que estaba escribiendo una novela falsa, pues su pueblo no era siquiera una sombra de lo que había conocido en su niñez; a la obra en curso le cambió el título por La hojarasca, y el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo, en honor a los corpulentos árboles de la familia de las bombáceas, comunes en la región y semejantes a las ceibas, que alcanzan una altura de entre treinta y cuarenta metros.

En la redacción de Prensa Latina (Bogotá, 1959)
En febrero de 1954 García Márquez se integró en la redacción de El Espectador, donde inicialmente se convirtió en el primer columnista de cine del periodismo colombiano, y luego en brillante cronista y reportero. El año siguiente apareció en Bogotá el primer número de la revista Mito, bajo la dirección de Jorge Gaitán Durán.
La publicación duró sólo siete años, pero fueron suficientes, por la profunda influencia que ejerció en la vida cultural colombiana, para considerar que Mito señala el momento de la aparición de la modernidad en la historia intelectual del país, pues jugó un papel definitivo en la sociedad y en la cultura colombianas: desde un principio se ubicó en la contemporaneidad y en la cultura crítica. Gabriel García Márquez publicaría tres trabajos en la revista: un capítulo de La hojarasca, elMonólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955) y la novela breve El coronel no tiene quien le escriba (1958). En realidad, el escritor siempre ha considerado que Mito fue trascendental; en alguna ocasión dijo a Pedro Gómez Valderrama: "En Mito comenzaron las cosas".
En ese año de 1955, García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas; publicó La hojarasca y un extenso reportaje por entregas, Relato de un náufrago, el cual fue censurado por el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla. La dirección de El Espectador decidió que Gabriel García Márquez saliera del país rumbo a Ginebra, para cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes, y luego a Roma, donde aparentemente el papa Pío XII agonizaba. En la capital italiana asistió, por unas semanas, al Centro Sperimentale di Cinema.
Rondando por el mundo
Tres años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y recorrió Polonia y Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Continuó como corresponsal de El Espectador, aunque en precarias condiciones, pues si bien escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le escriba yLa mala hora, vivía pobre a morir, esperando el giro mensual que El Espectador debía enviarle pero que se demoraba debido a las dificultades del diario con el régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se refleja en El coronel, donde se relata la desesperanza de un viejo oficial de la guerra de los Mil Días aguardando la carta que había de anunciarle la pensión de retiro a que tiene derecho. Cuando El Espectador fue clausurado por la dictadura, fue corresponsal de El Independiente, y colaboró también con la revista venezolana Élite y la colombianísima Cromos.
La estancia en Europa permitió a García Márquez ver América Latina desde otra perspectiva. Le señaló las diferencias entre los distintos países latinoamericanos, y tomó además mucho material para escribir cuentos acerca de los latinos que vivían en la Ciudad de la Luz. Aprendió a desconfiar de los intelectuales franceses, de sus abstracciones y esquemáticos juegos mentales, y se dio cuenta de que Europa era un continente viejo, en decadencia, mientras que América, y en especial Latinoamérica, era lo nuevo, la renovación, lo vivo.
A finales de 1957 fue vinculado a la revista Momento y viajó a Venezuela, donde pudo ser testigo de los últimos momentos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. En marzo de 1958 contrajo matrimonio en Barranquilla con Mercedes Barcha, unión de la que nacerían dos hijos: Rodrigo (1959), bautizado en la Clínica Palermo de Bogotá por Camilo Torres Restrepo, y Gonzalo (1962). Al poco tiempo de su matrimonio, de regreso a Venezuela, tuvo que dejar su cargo en Momento y asumir un extenuante trabajo en Venezuela Gráfica, sin dejar de colaborar ocasionalmente en Élite.

Con Mercedes Barcha y sus hijos
Pese a tener poco tiempo para escribir, su cuento Un día después del sábado fue premiado. En 1959 fue nombrado director de la recién creada agencia de noticias cubana Prensa Latina. En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los exiliados cubanos y finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos se fue a vivir a México. No sobra decir que, luego de esa estadía en Estados Unidos, el gobierno norteamericano le denegó el visado de entrada, porque, según las autoridades, García Márquez estaba afiliado al partido comunista. Sólo en 1971, cuando la Universidad de Columbia le otorgó el título de doctor honoris causa, recibiría el autor un visado, aunque condicionado.
Recién llegado a México, donde García Márquez residiría muchos años de su vida, se dedicó a escribir guiones de cine y durante dos años (1961-1963) trabajó en las revistas La Familia y Sucesos, de las cuales fue director. De sus intentos cinematográficos el más exitoso fue El gallo de oro (1963), basado en el cuento homónimo escrito por Juan Rulfo, que García Márquez adaptó con el también escritor Carlos Fuentes. El año anterior había obtenido el premio Esso de Novela Colombiana con La mala hora (1962).
La consagración
Un día de 1966 en que se dirigía desde Ciudad de México al balneario de Acapulco, Gabriel García Márquez tuvo la repentina visión de la novela que había venido rumiando durante diecisiete años. Consideró que ya la tenía madura, se sentó a la máquina de escribir y trabajó ocho y más horas diarias durante dieciocho meses seguidos, mientras que su esposa se ocupaba del sostenimiento de la casa.
En 1967 apareció Cien años de soledad, novela cuyo universo es una sucesión de historias fantásticas perfectamente hilvanadas en un tiempo cíclico y mítico: pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida, levitaciones... Es una gran metáfora en la que, a la vez que se narra la historia de las generaciones de los Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la estirpe, se refleja de manera hiperbólica e insuperable la historia colombiana desde los tiempos de la independencia hasta los años treinta del siglo XX.
Cien años de soledad mereció este juicio del gran poeta chileno Pablo Neruda: "Es la mejor novela que se ha escrito en castellano después del Quijote". Con tan calificado concepto se ha dicho todo: la novela no sólo es la opus magnum de García Márquez, sino que constituyó un hito en la historia literaria de Latinoamérica al ser señalada como una de las mejores realizaciones narrativas de todos los tiempos. El éxito entre el público acompañó esta valoración: figura entre los libros que más traducciones tiene (cuarenta idiomas por lo menos) y que mayores ventas ha logrado, alcanzando las cifras de un verdadero best seller mundial.

Gabo en los tiempos de Cien años (Barcelona, 1969)
El éxito de Cien años de soledad situó a García Márquez en la primera línea delBoom de la literatura hispanoamericana y supuso el espaldarazo definitivo para aquel fenómeno editorial que, desde principios de los 60, estaba dando a conocer al mundo la obra de los nuevos y no tan nuevos narradores del continente: los argentinos Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas Llosa y los mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes, entre otras figuras. Tras el aplauso unánime del público y de la crítica, García Márquez se estableció en Barcelona y pasó temporadas en Bogotá, México, Cartagena y La Habana.
Durante las siguientes décadas escribiría cinco novelas más y se publicarían tres volúmenes de cuentos y dos relatos, así como importantes recopilaciones de su producción periodística y narrativa. De los quince años que mediaron hasta la concesión del Nobel cabe destacar la colección de cuentos La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1973), la novela "de dictador" El otoño del patriarca (1975), tema recurrente en la tradición hispanoamericana, y un nuevo prodigio de perfección constructiva y narrativa basado en un suceso real y alejado del realismo mágico: la Crónica de una muerte anunciada (1981), considerada por muchos su segunda obra maestra.
Varios elementos marcan ese periplo: se profesionalizó como escritor literario, y sólo después de casi veintitrés años reanudó sus colaboraciones en El Espectador. En 1985 cambió la máquina de escribir por el computador. Su esposa Mercedes Barcha siempre colocaba un ramo de rosas amarillas en su mesa de trabajo, flores que García Márquez consideraba de buena suerte. Un vigilante autorretrato deAlejandro Obregón, que el pintor le regaló, presidía su estudio; en una noche de locos, el artista lo había atravesado con cinco tiros del calibre 38 para zanjar una disputa entre sus hijos sobre quién lo heredaría. Finalmente, dos de sus compañeros periodísticos, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Vargas Cantillo, murieron, cumpliendo cierta predicción escrita en Cien años de soledad.
Premio Nobel de Literatura
En la madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió una noticia que hacía ya tiempo que esperaba por esas fechas: la Academia Sueca acababa de otorgarle el ansiado premio Nobel de Literatura. Se hallaba entonces exiliado en México, pues el 26 de marzo de 1981 se había visto obligado a salir de Colombia para eludir su captura; el ejército colombiano quería detenerlo por una supuesta vinculación con el movimiento M-19 y porque durante cinco años había mantenido la revista Alternativa, de corte socialista.
La concesión del Nobel fue todo un acontecimiento cultural en Colombia y en Latinoamérica. El escritor Juan Rulfo opinó: "Por primera vez después de muchos años se ha dado un premio de literatura justo". La ceremonia de entrega del Nobel se celebró en Estocolmo los días 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo después, disputó el galardón con el novelista británico Graham Greene y el alemán Günter Grass.

En la entrega del Nobel (1982)
Dos actos confirmaron el profundo sentimiento latinoamericano de García Márquez. A la entrega del premio fue vestido con un clásico e impecable liquilique de lino blanco, por ser el traje que usó su abuelo y que usaban los coroneles de las guerras civiles, y que seguía siendo de etiqueta en el Caribe continental. Y con el discurso "La soledad de América Latina" (leído el miércoles 8 de diciembre de 1982 ante la Academia Sueca en pleno y cuatrocientos invitados y traducido simultáneamente a ocho idiomas), intentó romper los moldes o frases gastadas con que tradicionalmente Europa se ha referido a Latinoamérica, y denunció la falta de atención de las superpotencias hacia el continente.
El flamante Nobel dio a entender cómo los europeos se han equivocado en su posición frente a las Américas, quedándose tan sólo con la carga de maravilla y magia que se ha asociado siempre a esta parte del mundo, y sugirió cambiar ese punto de vista mediante la creación de una nueva y gran utopía, la vida, que es a su vez la respuesta de Latinoamérica a su propia trayectoria de muerte. El discurso es una pieza literaria de elevado estilo y de hondo contenido americanista, una hermosa manifestación de su personalidad nacionalista, de su fe en los destinos del continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso con Latinoamérica, convencido desde siempre de que el subdesarrollo afecta a todos los elementos de la vida latinoamericana; los escritores de esta parte del mundo deben, por consiguiente, estar comprometidos con la realidad social total.
Con motivo de la entrega del Nobel, el gobierno colombiano, presidido por Belisario Betancur, programó una vistosa presentación folclórica en Estocolmo. Presentó además una emisión de sellos con la efigie de García Márquez dibujada por el pintor Juan Antonio Roda, con diseño de Dickens Castro y texto de Guillermo Angulo, a propósito de la cual el escritor colombiano expresó: "El sueño de mi vida es que esta estampilla sólo lleve cartas de amor".
Últimos años
Desde que se conoció la noticia de la obtención del premio, el asedio de periodistas y medios de comunicación fue permanente y los compromisos se multiplicaron. Finalmente, en marzo de 1983, Gabo regresó a Colombia. En Cartagena lo esperaba su madre, doña Luisa Santiaga Márquez de García, en su casa del Callejón de Santa Clara, en el tradicional barrio de Manga, con un suculento sancocho de tres carnes (salada, cerdo y gallina) y abundante dulce de guayaba.

Gabriel García Márquez
Después del Nobel, García Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura nacional, latinoamericana y mundial. Sus conceptos sobre diferentes temas ejercieron fuerte influencia. Durante el gobierno de César Gaviria Trujillo (1990-1994), junto con otros sabios como Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y el historiador Marco Palacios, formó parte de la comisión encargada de diseñar una estrategia nacional para la ciencia, la investigación y la cultura. Pero acaso una de sus más valientes actitudes fue el apoyo permanente a la revolución cubana y a Fidel Castro, la defensa del régimen socialista impuesto en la isla y su rechazo al bloqueo norteamericano, que sirvió para que otros países apoyasen de alguna manera a Cuba y evitó mayores intervenciones de los estadounidenses.
En el terreno literario, apenas tres años después del Nobel publicó otra de sus mejores novelas, El amor en los tiempos del cólera (1985), extraordinaria y dilatadísima historia de amor que tuvo una tirada inicial de 750.000 ejemplares. Deben destacarse asimismo la novela histórica El general en su laberinto (1989), sobre el libertador Simón Bolívar, y los relatos breves reunidos en Doce cuentos peregrinos (1992). Tras algunos años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla, en la que repasa los primeros treinta años de su vida. La publicación de esta obra supuso un magno acontecimiento editorial, con el lanzamiento simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos los países hispanohablantes.
En 2004 vio la luz la que iba a ser su última novela, Memorias de mis putas tristes; en 2007 recibió sentidos y multitudinarios homenajes por triple motivo: sus 80 años, el cuadragésimo aniversario de la publicación de Cien años de soledad y el vigésimo quinto de la concesión del Nobel. Falleció el 17 de abril de 2014 en Ciudad de México, tras de una recaída en el cáncer linfático por el que ya había sido tratado en 1999.
jueves, 27 de agosto de 2015
sábado, 6 de junio de 2015
El hombre que me ame
I
El hombre que me ame
deberá saber descorrer las cortinas de la piel,
encontrar la profundidad de mis ojos
y conocer la que anida en mi,
la golondrina
transparente de la ternura.
II
El hombre que me ame
no querrá poseerme como una mercancía,
ni exhibirme como un trofeo de caza,
sabrá estar a mi lado
con el mismo amor
con que yo estaré al lado suyo.
III
El amor del hombre que me ame
será fuerte como los árboles de ceibo,
protector y seguro como ellos,
limpio como una mañana de diciembre.
IV
El hombre que me ame
no dudara de mi sonrisa
ni temerá la abundancia de mi pelo
respetara la tristeza, el silencio
y con caricias tocara mi vientre como guitarra
para que brote música y alegría
desde el fondo de mi cuerpo.
V
El hombre que me ame
podrá encontrar en mi
la hamaca para descansar
el pesado fardo de sus preocupaciones
la amiga con quien compartir sus íntimos secretos,
el lago donde flotar
sin miedo de que el ancla del compromiso
le impida volar cuando se le ocurra ser pájaro.
VI
El hombre que me ame
hará poesía con nuestra vida,
construyendo cada día
con la mirada puesta en el futuro.
VII
El hombre que me ame
reconocerá mi rostro en trinchera
rodilla en tierra me amara
mientras los dos disparamos juntos
contra el enemigo.
VIII
El amor de mi hombre
no conocerá el miedo a la entrega,
ni temerá descubrirse ante la magia del
enamoramiento
en una plaza publica llena de multitudes
podrá gritar: te amo..
o hacer rótulos en lo alto de los edificios
proclamando su derecho a sentir
el mas hermoso y humano de los sentimientos.
IX
El amor de mi hombre
no querrá rotularme o etiquetarme,
me dará aire, espacio,
alimento para crecer y ser mejor,
como una Revolución
que hace de cada día
el comienzo de una nueva victoria.
X
Y yo a cambio le daré a mi hombre
reposo, en sus guerras,
y en sus marejadas, calma..
le pondré sonrisas a sus enfados
y mi regazo será su cuna en sus silencios..
seré siempre su escalera firme,
cuando quiera subir al paraíso,
y no podrá jamás contar mis besos
porque serán eternos en mis labios
para él.
***
Gioconda Belli
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